En los últimos años, he estado recibiendo en mi consulta a jóvenes entre los 20 y 28 años de edad, y me he llevado una grata sorpresa que me motiva en la realización de mi trabajo, porque observo que se informan sobre el cuidado de su salud mental; leen artículos, escuchan podcasts o ponen atención en vídeos que hablen sobre este tema. Incluso, me han llegado a sorprender con términos muy específicos de lo que han aprendido.
Por otro lado, veo menos una renuencia para buscar la atención psiquiátrica, y me llena de satisfacción ser testigo del rompimiento del estigma del cuidado de la mente, y por lo tanto, estas generaciones, se han transformado en sujetos responsables de sí mismos y tienen conciencia del daño que ocasiona la ignorancia.
Estos mismos jóvenes llegan a mi consulta con inquietudes y preguntas muy específicas y dejando atrás los tabúes y prejuicios que nos hacen ver la violencia, la negligencia, los malestares de nuestras relaciones afectivas, como algo normal. Por ejemplo, me han preguntado ¿Es malo que no sienta amor por mi mamá? O en otra forma, expresando un dolor muy grande, con un llanto incontenible y un gran sentimiento de culpa decir: odio a mi papá.
Otras formas en las que percibo lo anterior es cuando existe resentimiento reprimido con un hermano o primo, ya sea por una constante comparación de su físico, de su desempeño académico, su personalidad… No se atreven a decir que sienten envidia por temor a que aceptar lo que sienten les convierta automáticamente en una “mala persona”.
Los consultantes, una vez sintiendo confianza dentro de la psicoterapia, pueden abrir el tema que dentro de su familia es castigado, juzgado u oprimido, pues manifiestan algo como lo enlistado a continuación:
- No confío en mis padres/familia en general
- Envidio a mi hermano
- No puedo decirle a mi papá/mamá que le quiero
- No me nace abrazar a mi familia
- No me gusta pasar tiempo con mi familia
- No conecto con mi mamá/papá/hermanos
- No se puede hablar ni seriamente con mamá/papá
- Mis padres me dieron lo básico para vivir en mi infancia, pero me hacen sentir que fui una carga para ellos
- Mi familia no se sienta a escuchar… se prepara para contraatacar, me han retado a suicidarme.
He notado algunas acciones, descritas por los clientes, relacionadas con los puntos previos:
- Mis padres son muy críticos conmigo
- Mi madre/padre nos abandonó
- Mi padre sólo me expresa que me quiere cuando tomaba alcohol
- Mi madre/padre me golpeaban y/o insultaban
- Mi madre/padre me han culpado de arruinar sus vidas
- Mis padres me han confesado que hubiera sido mejor haberme abortado
- Mis padres continuamente me comparan
- Mis padres se sienten atacados cuando expreso mis sentimientos
- Mi padre (o un familiar) abusó sexualmente de mí y nadie hizo nada al respecto (o me culparon)
Estos son algunos ejemplos genéricos que escucho en las sesiones, sin embargo, es importante mencionar que la familia, donde estos individuos crecieron, no son precisamente familias con integrantes “malévolos”, y el cliente es un “santo” o una “víctima” o viceversa, es por eso que, en psicoterapia se analiza a la familia o a la persona como un caso individual, no todas las familias son iguales aunque tengan los mismo problemas; pues de la individualidad emana la complejidad de la circunstancia donde germinó la problemática.
En palabras de Boszormenyi-Nagy, en su libro Lealtades invisibles nos explica que “las motivaciones de cada miembro (de la familia) están enraizadas en los contextos de su propia historia y la de su grupo.
Por lo anterior, es fundamental entender, en un primer momento que, las relaciones de familia, se nutren como cualquier otra relación, estos vínculos se fortalecen con valores como el respeto, el compromiso, la responsabilidad, el perdón, la congruencia. Tristemente no es así de sencillo, factores como la historia de cada progenitor, incluida la cultura, las costumbres, la situación económica, la educación, la salud mental y física (adiciones, trastorno mental, enfermedad grave o crónica), la edad, las experiencias, entre otras, no justifican el daño directo o indirecto, con intención o sin intención ocasionado a sus hijos principalmente, pero entender lo anterior puede brindar al consultante, un autoconocimiento distinto, verse desde otra perspectiva menos punitiva, y le puede permitir trabajar en su propio camino y a cierta distancia de quienes recibió la indicación de querer incondicionalmente, amar por el hecho de ser familia y llamarlo malagradecido, exiliarlo o culparlo, sino obedece este mandato.